sábado, marzo 31, 2007

Lima, la horrible

Hablar de Lima para mí suele ser irremediablemente visceral. No voy a negar que Lima ha de tener cosas maravillosas, pero el motivo de esta nota es precisamente sobre eso que uno quiere decir de esta ciudad en su condición de inmigrante provinciano. El adjetivo de horrible que suelo usar para referirme a esta tres veces coronada villa lo usó por primera vez por César Moro al fechar uno de sus últimos poemas en español como " Lima la horrible, 25 de julio o agosto de 1949" y recogido más tarde como título de un ensayo publicado por Sebastián Salazar Bondy en 1964. A inicios del siglo XIX, Alexander von Humboldt tuvo una estadía corta en Lima y describe esta experiencia con adjetivos desfavorables para nuestra capital. Talvez una de las pocas buenas impresiones que se llevó de Lima fue la presencia notable de Hipólito Unanue, a la sazón editor del Mercurio Peruano. Entonces no debe resultar nada nuevo para quienes hayan tenido la oportunidad de estar en Lima que haya muchas personas que pensamos que esta es la ciudad en la que no nos gustaría criar a nuestros hijos. Y no me estoy refiriendo solo a una parte de Lima. No me refiero sólo a lugares pobres y postergados como Canto Grande con sus cientos de personas con tuberculosis, ni a la caótica y toxica avenida Abancay. También me refiero a las partes mas elitistas de Lima como Asia (aún no me he atrevido a visitar este lugar) que es un páramo cultural, una alegoría a la frivolidad y un icono de la discriminación. Bien harían los limeños en sentir más vergüenza al pronunciar Asia como “eishia” que al decir haiga en vez de haya. La razón es bien simple: decir eishia es desconocer que asia es un topónimo quechua que significa pestilente y no una palabra anglosajona para referirse a un continente. Decir haiga por otro lado, es una forma antigua del modo subjuntivo del verbo haber. Muchos inmigrantes provincianos son catalogados como "ignorantes" por decir haiga y a los limeños que son dueños de una pedazo de playa en el sur si se les da licencia de decir eishia.

Desde que empiezo el día al tomar la combi siento que la gente anda muy desesperada tensa. El cobrador conminando a la gente a subir a la combi que a pesar que tiene gente de pie sigue ofreciendo asientos “vacíos” porque en la esquina que viene bajan. Y un nuevo pasajero sube, talvez no por dicho ofrecimiento sino por la necesidad de llegar temprano al trabajo. El conductor acelera apenas el pasajero ingresa medio cuerpo a su combi sin importar si se caerá en el intento de dirigirse al asiento. Apenas cayó en el asiento nuevamente el cobrador arremete con su “pasaje a la mano” (talvez quiera decir arriba las manos). El usuario sentado en el “asiento reservado” estará inmutable si sube una anciana o una mujer con un bebe en brazos hasta que alguien le reclame. El único momento en que el cobrador dice algo sensato es al momento de bajar (no seamos ilusos nunca dirá: que tenga un buen día). Si bajamos de la combi nos dirá “cuidado con la cabeza” si bajamos del bus dirá “pie derecho, pie derecho”. Con estos sabios consejos, que nos salvan de algún probable accidente, termina la primera faena en Lima, la horrible. Luego hay que enfrentarnos a los cruceros peatonales. En la vía pública las señalizaciones parecieran ser sólo un ornato porque ni peatones ni conductores acatan las instrucciones. Todos apurados, todos estresados como si la vida se fuese a acabar sin percatarse que con estas acciones temerarias se están aproximando más a la muerte. Cuando llegamos a nuestro destino encontramos gente hablando de lo mal que estamos por culpa de nuestras autoridades. El mismo que tira papelitos por la ventana de la combi se queja que los alcaldes no hacen nada por recoger la basura. El mismo que exige que la combi se detenga a media cuadra para subir o bajar se queja que el ministro de transportes no hace nada por el caos del tráfico. El que se queja que la policía es corrupta no tiene reparos en “arreglar” antes que asumir una sanción.

Es decir, caos y prisas por todos lados. Hace unas semanas conocí un amigo norteamericano hijo de vietnamitas que me dijo que lo que más le llama la atención de Lima es que la gente no sonríe. Yo creo que los limeños si sonríen pero no de las cosas simples y naturales de la vida como el volar de un ave o el juego de un niño. El limeño promedio que suelo ver en la calle ríe del titular de El chino o el chiste de El chuculún en los puestos de periódicos. O cuando un vendedor ambulante le ofrece el “Manual para ser un pendejo” entre otras “obras”, pirateadas por supuesto.

Los limeños quieren tener a sus hijos en nidos preuniversitarios. El colegio es bueno si enseña inglés y computación. Si el niño dice diez palabras en inglés y aprende a usar la computadora antes que el lápiz ya se está perfilando para genio. A nadie le importa si el niño se apellida Quispe y necesita conocer de sus ancestros aymaras. O si se apellida Yanayaco y deba aprender de sus abuelos quechuas. Total, como se tendrá que ir a Estados Unidos no necesitará de esas cosas. Según Nelson Manrique el departamento con más quechua-hablantes del Perú es Lima. Y todos le damos la espalda a este idioma que por cierto es también el idioma oficial de nuestro país.

He conocido gente en Pucallpa orgullosa de hablar Shipibo. Probablemente si crían a sus hijos en Lima se avergonzarán en el futuro de este pasado familiar.

Entre los limeños más blancos y ricos que pueden tener una empleada en casa nunca les es interesante saber los apellidos de la empleada y conocerlas un poco más. Sólo hay que darles órdenes y pagarles menos del sueldo mínimo, sin derecho a nada.

Llevo tantos años viviendo en esta ciudad tan complicada y adictiva que hasta a veces he tenido la sensación de extrañarla cuando he estado lejos. Llevo mucho tiempo acá como si estuviera atrapado pero no pierdo las esperanzas de algún día irme sin extrañarla. El Perú, es mucho más que Lima.