lunes, diciembre 15, 2008

César Hildebrant: Jaurías sobre Shakespeare

Jaurías sobre Shakespeare Lima, 13 de Diciembre del 2008

Hay en el Reino Unido un club tenaz que lucha por demostrar que William Shakespeare no fue William Shakespeare y que las obras que figuran bajo ese nombre fueron escritas, en realidad, por Edward de Vere, decimo-séptimo conde de Oxford, dramaturgo y poeta, romántico y tan desprendido, que terminó en la miseria después de haber cedido todos sus derechos a una compañía teatral.

El club se llama Sociedad De Vere y ha heredado –y agrandado- las dudas que en 1920 sembró el inglés Thomas Looney, erudito del periodo isabelino y feroz detractor del Shakespeare autor.

Para Looney, Shakespeare fue el nombre que usó Edward de Vere para publicar parte de su producción teatral. El amor por la seudonimia del noble isabelino lo atribuyó Looney a la distraída modestia de Edward de Vere y al hecho de que en esa época no resultaba bien visto que un conde escribiera obras de teatro y frecuentara ese mundo de libertinos sumergidos en vino.

A Looney no le importó el hecho de que los defensores de Shakespeare saltaran sobre la yugular de su libro recordando que en Stratford-upon-Avon hay una tumba con el nombre de William Shakespeare, que hubo un actor con ese mismo nombre en la compañía teatral que representó algunas de sus obras, y que en la recopilación shakespereana de 1623, la llamada First Folio, el escritor Shakespeare es llamado como “el cisne de Avon” precisamente por sus méritos literarios.

Lo que a Looney más le importó fue que con su libro –“Shakespeare identificado”-continuó y llevó quizá a su momento más brillante una leyenda que le niega a Shakespeare, un hombre sin educación formal nacido en un suburbio de muy pocas luces, la posibilidad de haber escrito dramas que demuestran una sofisticación que “él no pudo tener”.

Que Looney no es un pobre guiado por el afán difamatorio lo demuestra el hecho de que su obra sigue considerándose una monumental indagación en la muy poco conocida vida de Shakespeare. Hay que recordar también que Sigmund Freud felicitó a Looney por el libro, al que consideró tan desmitificador como abrumador en los detalles.

El fantasma de esta sospecha avariciosa tiene más vieja data y adquirió, en el siglo XIX, estatuto de teoría giratoria cuando la obra de Shakespeare les fue atribuida, sucesivamente, a Francis Bacon –aunque cualquiera que haya leído algo de Bacon podría descartarlo como dramaturgo propenso a los desgarros-, a Christopher Marlowe, a Ben Johnson y hasta al mujeriego y aventurero marino inglés Walter Raleigh, que con tanto entusiasmo participó, en 1596, en el saqueo de Cádiz.

Incapaces de probar hasta ahora lo que dicen, los “anti Shakespeare” obtienen algunos sucedáneos. Hace pocos años, por ejemplo, se terminó de descubrir que el clásico retrato de Shakespeare –el que aparece en el First Folio- era un fraude en cuanto a la fecha de su realización. En efecto, en el óleo figuraba la fecha de 1609, pero los rayos X, el barrido ultravioleta y la microfotografía han derribado este otro mito.

El cuadro, conocido como el Retrato Flower, fue pintado, en realidad, entre 1818 y 1840.

Y hace relativamente poco también –casi para poder hablar de un renovado complot en contra del autor de “Romeo y Julieta”- el parlamentario Alex Johnston, del Partido Conservador, presentó una moción en Edimburgo para reivindicar al presuntamente calumniado rey Macbeth, soberano de Escocia, a quien Shakespeare describió como un hombre sanguinario manipulado por su esposa.

No está demás decir que esa moción contó con el apoyo de 19 parlamentarios de los partidos Nacionalista Escocés, Verde y Socialista.

La lección de todo esto parece ser que no importa lo que se haga o lo que se escriba, de qué tamaño sea la proeza realizada o cuán extenuante pudo ser la travesía, y tampoco interesa si el apellido es Shakespeare, Wilde, Sartre, o Cortázar: siempre habrá una jauría sañuda persiguiendo en la sombra, negando el pan, rebajando el mérito, profanando las tumbas y, a veces, en esfuerzo mayúsculo, tratando de matar las autorías.

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