domingo, marzo 29, 2009

César Hildebrant: La pluma y la espada

La pluma y la espada Lima, 29 de marzo del 2009

¿La pluma es más poderosa que la espada?- se preguntaba el Guasón en aquel primer e inolvidable Batman.
Viendo a Mario Vargas Llosa visitar Palacio de Gobierno por angas y por mangas, para agradecer tal gesto o a sugerencia de tal amigo en común, para hablar de conversiones y/o museos, uno pensaría que en el Perú actual la vieja batalla ha sido ganada una vez más por la espada.
Gana García manoseando al gran novelista.
Pierde el gran novelista dejándose usar por quien ya lo había usado de blanco móvil en 1990.
Yo estaba convencido, luego de leer “El pez en el agua”, que la distancia entre García y Vargas Llosa eran leguas higiénicas, kilómetros de ética social y conducta privada, millas de diferencia moral entre ambos.
Porque, como Vargas Llosa recuerda generosamente en “El pez en el agua”, yo fui uno de los tantos testigos de la podredumbre aprista conspirando, -desde Palacio, el “Crillón” y la casa de Pipo Thorndike- para que el país se ensuciara con Fujimori y su corte de cleptócratas, primero, y asesinos, después.
Y vaya qué armas usaron. Y a qué filibusteros apelaron. Y cuánta basura inventaron con tal de manejar lo que a García más le gusta infundir: el miedo.
Hace muy bien el gran novelista en decir que “eso fue hace 20 años” y que “hay que voltear la página” -ver “La República” del viernes 27 de marzo del 2009-.
Muy bien, pero he aquí un problema: si lo que pasó hace 20 años hay que superarlo “volteando la página”, ¿por qué, entonces, proponer un Museo de la Memoria?
¿O es que está bien recordar parcelas convenientes del pasado y olvidar aquellas que pueden incomodarnos cuando vamos a Palacio?
¿No fue la corrupción de García la que hizo crecer exponencialmente el terrorismo? ¿No fue García el prólogo que Sendero necesitó para intentar el “equilibrio estratégico” ensangrentando más que nunca al Perú? ¿No fue García el padre archiputativo de Fujimori, quien hizo de la guerra sucia no una excepción sino la regla? Y, por último, ¿no fue García el que ordenó a Mantilla, de manera directa y enfática, acabar con el alzamiento de El Frontón “a cualquier costo”?
Y ahora resulta que el gran novelista se reúne una vez más con García, otra vez en Palacio de Gobierno, y “lo convence” de que el Museo de la Memoria debe de hacerse. Y la crónica periodística añade que García estaría dispuesto hasta a recibir la despreciada donación alemana.
¿Incluirá ese museo, ahora bendecido por García, lo sucedido en 1988, en pleno primer alanismo, en las comunidades de Cayara, Erusco y Moyopampa?
¿Volteará ese museo la página en relación a lo sucedido en Accomarca, en agosto de 1985? ¿Y la matanza de prisioneros rendidos y desaparición de “sospechosos” en Los Molinos, en abril de 1989, será parte de la piadosa omisión que García mismo habrá de supervisar?
¿De qué farsa estamos hablando?
¿Puede creer nuestro gran novelista que a García le interesa un Museo de la Memoria auténtico cuando él mismo tendría que estar allí, vaciado en cera y con hacha de verdugo?
Y luego viene lo que ya resulta cómico. La señora Cecilia Bákula, tenebrosa militante del Opus Dei y directora del ausentísimo Instituto Nacional de Cultura, sale a la luz y dice que ella puede hacerse cargo del Museo de la Memoria en versión alanista.
Vargas Llosa le ha hecho un favor involuntario e inmenso al doctor Alan García.
Me pregunto, sin embargo, si será tan involuntario.
¿No será que Vargas Llosa considera al presidente de la República un aliado verdadero, ahora que García se ha pasado con menaje e inmuebles y cuentas cifradas al campo del neoliberalismo reaganiano?
¿Entonces, el asco moral que Vargas Llosa expresaba y escribía en torno a tan distinguido personaje era, en realidad, pura ideología?
¿Será entonces que cuando te vuelves de derecha, y mejor aún de ultraderecha, bajan los dioses y te absuelven y llega el gran novelista y te limpia?
¡Qué idiotas fuimos!
Los agravios se olvidan y eso es maduro y sano. Pero el olvido no te obliga a merodear a quien, con sus declaraciones sobre la manipulación presidencial en relación a las elecciones, acaba de dar otra muestra de que no sólo no ha cambiado sino de que ha llegado a ser la peor versión de sí mismo.
En todo caso, el asunto no era que el proyecto del Museo de la Memoria pasara por el vicioso visto y bueno de García. El asunto era, precisamente, alejar ese proyecto de quien tiene las manos demasiado ensangrentadas como para ejecutarlo con limpieza y equidad.

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