jueves, diciembre 24, 2009

César Hildebrandt: La NASA y Grass


En 1999 un archimillonario artefacto de la NASA se hizo trizas contra la superficie de Marte. Sus computadoras fallaron y el programa para que se posara lentamente en tierras marcianas colapsó. En ese mismo momento, en Estocolmo, el excepcional escritor Gunther Grass recibía el Premio Nobel de literatura y lanzaba al mundo sus ácidas reflexiones de inconforme.

Marte se ha tragado otro de los artilugios que nos entusiasman porque nos creemos, a pie juntillas, eso de que el progreso es infinito y de que ninguna hazaña le está negada al hombre.

Y mientras en la NASA tenían que admitir su fracaso, en Estocolmo un grande de verdad de la literatura, Gunther Grass, nos recordaba que el hombre ha ido al espacio y regresado, que habla y ama por el Internet, que ve la televisión del lado opuesto del mundo gracias a los satélites, pero que nada de eso ha desterrado al hambre.

Dos mundos complementarios e irreconciliables se encontraron ayer: el de las lucecitas intermitentes de la tecnología y el de las luces que se dirigen a regiones no vistas por el común de las gentes. El de las luces para el espectáculo del progreso y el de la lucidez que agua la fiesta y detiene el baile.

En la NASA quieren que lleguemos a Marte. Grass quiere que hagamos un viaje interior por nuestras debilidades.

En la NASA quieren conquistar el espacio para ver si hallamos otros planetas azules que quemar y maltratar. Grass y el humanismo desvelado que él representa quieren conquistar la conciencia.

En la NASA pueden perder en segundos un proyecto de 170 millones de dólares. Grass nos ha recordado que el hambre crece en un mundo sordo al clamor de los débiles y refugiados.

En la NASA quieren que el hombre confíe en la ciencia. Grass cree en la ciencia del hombre y sabe que ésta está en pañales.

La NASA es un montón de cohetes con mucha literatura (de Wells a Brad-bury, de Veme a Asimov). La literatura es la NASA de la conciencia humana.

Allí donde la NASA nos recuerda la pedantería racional del hombre, allí Grass y los hombres de su talla intelectual y moral nos recuerdan que seguimos siendo patéticos, que el progreso no consiste en tener más botones que apretar y que, sin una mirada moral, el mundo es una inmensa pradera de animales carniceros.

La NASA fracasa a cada rato. La literatura, gracias a gente como Grass, nos da siempre una lección. Mientras un arácnido de aleaciones extrañas se puede hacer trizas en el polvo de un planeta hostil, Grass nos recordó que nada nos hará más felices que tener a la humanidad como familia y a la modesta Tierra por hogar común.

Grass se ha negado a ser parte de la farsa bailable. Si hubiera un Nobel del compromiso, habría también que dárselo. ¡Cuánto lo deben odiar quienes han hecho de la literatura sólo un buen negocio personal!

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