martes, octubre 13, 2009

César Hildebrandt: La Iglesia y el aborto


La Iglesia se opone al aborto eugenésico, al aborto terapéutico y aun al que evitaría el nacimiento de un hijo producto de una violación.

O sea que no importa si se trata de un caso de anancefalia, o si la vida de la madre está en serio riesgo, o si el embrión es producto de una penetración salvaje a una niña de once años.

La Iglesia, esa vieja esquizofrénica que ampara a pedófilos, maldice el aborto. Como maldice los métodos anticonceptivos.

Como maldijo a los heliocéntricos, que lo único que querían era superar el estúpido mundo imaginado por Aristóteles y derrocar el reinado de la Tierra en el sistema solar, barbaridad que venía vagamente de las Escrituras y que Ptolomeo pretendió convertir en verdad.

Cuando a Galileo Galilei le estaban haciendo la vida imposible por decir lo que todos ya sabían, el gran copernicano –el más peligroso por su prestigio como físico y matemático- acudió a la duquesa de Toscana, Cristina de Lorena, diciéndole en una carta que lo que él quería no era enfrentarse a la Iglesia sino “declarar a la física y a la astronomía teológicamente neutras”.

La duquesa quiso ayudarlo pero no pudo. Galileo tuvo que retractarse en lo que quizá se considere el primer juicio de corte estalinista de la historia. Y esto que hablamos del año 1633.

Pues bien, esta Iglesia que persiguió a la ciencia y que hizo del oscurantismo un emblema y de la ignorancia una ventaja nos viene a decir ahora, en complicidad con el ministro Aurelio Pastor y respaldada por el doctor García (que hoy carga andas como ayer cargaba arcas), que el aborto es intrínsecamente maldito y que las leyes peruanas no pueden cambiar porque Dios se enojaría y las siete plagas de Egipto (el de Mubarak) regresarían.

Hay que saludar la valentía del ministro de Salud, Oscar Ugarte, en esta desigual batalla contra el ejército mediático del Vaticano.

Mientras tanto, hay que recordarle a los obispos bien intencionados y pensantes de la Conferencia Episcopal –que los hay- que en el Perú el 41 por ciento de mujeres en edad fértil (de 15 a 49 años) no tiene idea de cómo usar con eficacia el método del ritmo y la abstinencia periódica, que es el único que la Iglesia “permite”.

Delicia Ferrando, antropóloga y demógrafa, dice en un estudio sobre el aborto clandestino en el Perú que ese desconocimiento significa que más de 150 mil mujeres emplean el método del ritmo sin conocer sus ciclos de fertilidad.

“En el 2005 –dice Ferrando- de todas las mujeres que descontinuaron el método del ritmo (42 por ciento de usuarias), el 16 por ciento lo hizo porque este método les falló; es decir, habían salido embarazadas en los primeros doce meses de su uso”.

El fundamentalismo romano objeta la cifra de 400,000 abortos clandestinos anuales en el Perú, pero no ofrece ningún número alternativo ni se molesta en citar estudios que contradigan, seriamente, esa estadística.

Lo que la Iglesia querría que no supiéramos es que estudiosas como Ferrando o entidades como Pathfinder International han hecho investigaciones profundas y trabajosos cruces de datos para llegar a la cifra de 400,000.

Las falanges de Cipriani también quisieran que ignoráramos que los abortos clandestinos son altamente riesgosos entre los pobres y de mucho menor riesgo entre quienes tienen posibilidades económicas.

Sólo el 17 por ciento de las mujeres urbanas pobres acuden a los médicos a la hora de practicarse un aborto (frente al 77 por ciento de las no pobres). ¡Y sólo el 3 por ciento de las mujeres rurales pobres tiene atención de un médico profesional cuando deciden interrumpir un embarazo!

Algunas de esas siervas del Señor recurren (lo dice el estudio realizado por The Alan Guttmacher en 1994) a meterse ramas, palos de tejer, equipos de venoclisis, alambres, agua jabonosa, agua oxigenada, lejía, brea, sustancias a base de sal, pociones quemantes de limón y hasta Coca Cola (citado por Delicia Ferrando).

Otras saltan, se pegan, se hacen pegar, sostienen coitos brutales, se dejan caer premeditada y violentamente mientras toman, con pocas esperanzas, infusiones de pepa de palta o ruda. Todo con tal de no tener más hijos.

Esa es la realidad. Porque la cifra de crecimiento natal actual del Perú (2,5 hijos por mujer) es, como todos los promedios, un espejismo. En la selva, esa cifra casi se duplica.

Y la aspiración a una familia de menos miembros no sólo es un derecho constitucional sino un acto de legítima defensa en contra de la pobreza.

La Iglesia no debería tener nada que ver con las políticas de natalidad de ningún gobierno. A no ser que nos citen la teocracia de Irán como ejemplo.

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