jueves, octubre 08, 2009

Mojitos

El mojito era para mí, una de esas bebidas exóticas que uno las toma en ocasiones especiales. Hasta que... algo extraño sucedió... aquella noche interminable, insufrible. Nunca más el mojito tendría algo especial para mí.
Magaly y yo decidimos invitar a unos amigos a la casa. Había muchas bebidas espirituosas aquella noche. Había cerveza, ron, chicha de jora, coctel de cocona, etc. Pero sobretodo había mucho vino y mucho hielo. La combinación perfecta para una velada. Nada hacia presagiar que los mojitos irrumpirían en el momento menos pensado para dejarme una marca para siempre.
Y de pronto sucedió...
Llegaron las inseparables María y Marina (sí, adivinaron, las que de todo se ríen). Andaba yo improvisando un guacamole sin cebolla y me conminaron a terminarlo pronto para cederles la cocina porque a su turno prepararían algo especial: mojito.
Pensé que aquella prisa sería la coartada perfecta para decir que me olvidé de ponerle cebolla al guacamole y asentí con gusto.

Apenas terminé el último sorbo del primer vaso de mojito y de pronto, como un relámpago, apareció María para decirme: ¿otro mojito? Bueno, ante el entusiasmo de María no me pude negar. Total, el mojito seguía siendo una bebida exótica, de una isla caribeña. ¿Por qué no?

Raudamente llamó a su cómplice de aventuras, Marina. Entusiastas mezclaron nuevamente, como si de la primera vez se tratara, los hielos, el ron y la hierba buena, que hasta ese entonces seguía siendo buena.

La noche avanzaba y los amigos llegaban. Después de los respectivos saludos cada recién llegado, indefectiblemente, ya tenían un mojito en la mano gracias a las buenas artes de María y Marina.

Acabé el segundo mojito sin que pudiera esquivar las fantasmagóricas apariciones de María o de Marina para escuchar nuevamente: ¿otro mojito?

Fue así que tomé varios mojitos más, con la esperanza de mejorar mis estrategias de invisibilizarme de ellas y por fin probar la primera copa de vino.

No puedo asegurar si fue producto de la ebriedad de aquella noche o de las pesadillas que me persiguieron las noches siguientes cuando escuché la noticia de un secuestro: "No, no puedes tomar otra cosa que no sea mojito durante toda la noche". Esto sucedió mientras le anunciaba a María que me disponía a tomar, por fin, una copa de vino. La vislumbré vestida de guerrillera cubana con el rifle en ristre. No me dio tregua y espetó "Camarada Marina, cuéntele al prisionero qué le pasó a una rehén cuando intentó escapar del mojito". Sin perder un segundo, cual libreto aprendido, Marina de guerra (también vestida) del Perú respondió: "En vano quiso escaparse con vino, ron, y otras bebidas porque le dio dolor de cabeza, diarrea, le vino la regla y se terminó ahogando con su propio vómito".

Los ojos de Marina se inundaban de lágrimas mientras reía inconsolablemente. Y yo seguía preguntándome en qué momento se malogró la hierba que habría tenido que ser buena impajaritablemente.

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