Tus ojos
unen las manos
como las madonas
de Leonardo.
Los bosques de ocaso,
las frondas moradas
de un Renacimiento sombrío...
El rebaño del mar
bala a la gruta
del cielo, llena de ángeles.
Dios se encarna
en un niño que busca los juguetes
de tus manos.
Tus labios
dan el calor que niegan
la vaca y el asno.
Y en la penumbra,
tu cabellera mulle sus pajas
para Dios Niño.
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